domingo, agosto 23, 2009

Sincronía.

Por Ana y Ángel
revolversalamandriano.blogspot.com
I

Dos veinticuatro de la madrugada. Martes. Noviembre del dos mil seis.

Lugosi, sin sospechar siquiera de la predestinada existencia de Anne Rice, le da vida a un carismático, elegante, y clásico chupa sangre. Un instante más tarde el sueño antecede al fin de la película. Un par de minutos después ella despierta y se reencuentra con imágenes en movimiento en la pantalla y observa cómo la hermosa doncella cede ante el conde encapuchado.

Ser vampiro no puede ser tan malo. Dormité inquieta con ese pensamiento, razón por la cual el sueño se llenó de colmillos, sexo y líquidos rojos. Desperté y el reflejo instantáneo fue tocar toda la extensión del cuello. Me levanté agitada, creo que hasta tuve miedo. Corrí, me miré en el espejo y lo que encontré fue una cara de espanto más no de amante de vampiro. Salieron las risas tontas frente al espejo mientras recordaba al Mauricio Garcés hombre/murciélago de mi sueño.


II

Dos veinticuatro de la madrugada. Martes. Noviembre del dos mil seis.

Lugosi, sin sospechar siquiera de la predestinada existencia de Anne Rice, le da vida a un carismático, elegante, y clásico chupa sangre. Un instante más tarde el sueño antecede al fin de la película. Un par de minutos después él despierta y se reencuentra con imágenes en movimiento en la pantalla y observa como la doncella cede ante el conde encapuchado

Ser vampiro no puede ser tan malo. Como consigna hay que evitar el ajo y el sol. Rosita Quintana en blanco y negro: succubus de mis hormonas nostálgicas. El Enmascarado de Plata jamás se enfrentó a un yo vampiro. Ser vampiro no puede ser tan malo. Una eternidad para concretar venganzas sin horario laboral diurno. El espejo me juega una broma y por un segundo la luz de un auto que pasa frente a mi casa propone la momentánea negación de mi reflejo.

slow black


viernes, agosto 14, 2009

No todo pasa en octubre

Se detuvo en la ventana de su departamento saboreando un café instantáneo mientras añoraba un moka frío o un americano con vainilla del amable y siempre sonriente don Jorge, para observar una de esas lloviznas habituales que caen cuando la tarde muere renuente y el sol se entrega al primer sueño mientras el agua, en multitudes de pequeñas gotas insistentes, invade la ancha calle, refresca el tráfico y el asfalto gris. En la banqueta la gente regresaba a casa después de una jornada pestilente de cotidianidad cargando con el fantasma del fastidio y el cansancio en los hombros. Ella notó que el día era hermosamente triste. Que el día en su ocaso evocaba una nostalgia sin fecha de caducidad pero a la vez profetizaba con una seguridad tajante (en su presente continuo) que esa imagen al recordarla tendría el mismo efecto (“nostalgia cíclica”, la llamó para sí misma sin que sus labios se inmutaran). El día era tristemente hermoso. Lo suficiente como para lograr que un café diluido alcanzara su máximo nivel y complaciera sorpresivamente al sentido del gusto. Todo un cuadro: la lluvia tímida de un jueves tímido de un septiembre de un 2007. Y ella entendió y concluyó que la totalidad de tristezas, de calamidades, de melancolías, no se acumulan ni se concretan únicamente en octubre. “No todo pasa en octubre”, dijo esta vez sorprendida al pensarlo en voz alta.
Dejó en la mesa el café y se sentó frente a su computadora para escribir un texto sobre nostalgias cíclicas que concluyó así: “…hoy es un septiembre y en su cola viene un octubre desde aquella última vez.”

jueves, agosto 13, 2009

sábado, agosto 08, 2009

Tercera llamada


Por un beso sin audio incidental y sin luz obvia.
Por un repentino destello lúdicamente vacío de sentido común.
Por una noche eterna hasta que llegue el sol espía:
doce horas entre ausencia de palabras decibélicas continuas
y la presencia de todo un diálogo tributo a los cinco sentidos.
Una mano buscando tu sonrisa
en el eco de una oscuridad consentida
dibujando en el aire una necrópolis
de nuncas caídos en el frente de esta épica avanzada.

Al fin mi Ana polar señorita capicúa,
caricia palíndroma avante
con promesas de labios en coreografías duales,
par de dos
puestos,
dispuestos,
predispuestos,
rostro a rostro
en la estación Centro Médico,
en el sur y en el norte
frente a un televisor iluminante,
devedé discreto y cómplice,
azúcar sobrante y café caliente con vainilla imperativa y bienvenida.

Al fin mi Ana polar señorita capicúa,
al fin mi Juana cuerda,
al fin mi Frida sin dolores adiegados,
al fin respiro tu voz sin restricciones inducidas,
al fin el principio relevante
que viene dejando sin vida en el camino tantos hubieras arrepentidos
de un estado ambiguo de negaciones posibles y naufragios leves en soledades lejanas.
Al fin desde ya el primer acto decidido después de la tercera llamada.