Se detuvo en la ventana de su departamento saboreando un café instantáneo mientras añoraba un moka frío o un americano con vainilla del amable y siempre sonriente don Jorge, para observar una de esas lloviznas habituales que caen cuando la tarde muere renuente y el sol se entrega al primer sueño mientras el agua, en multitudes de pequeñas gotas insistentes, invade la ancha calle, refresca el tráfico y el asfalto gris. En la banqueta la gente regresaba a casa después de una jornada pestilente de cotidianidad cargando con el fantasma del fastidio y el cansancio en los hombros. Ella notó que el día era hermosamente triste. Que el día en su ocaso evocaba una nostalgia sin fecha de caducidad pero a la vez profetizaba con una seguridad tajante (en su presente continuo) que esa imagen al recordarla tendría el mismo efecto (“nostalgia cíclica”, la llamó para sí misma sin que sus labios se inmutaran). El día era tristemente hermoso. Lo suficiente como para lograr que un café diluido alcanzara su máximo nivel y complaciera sorpresivamente al sentido del gusto. Todo un cuadro: la lluvia tímida de un jueves tímido de un septiembre de un 2007. Y ella entendió y concluyó que la totalidad de tristezas, de calamidades, de melancolías, no se acumulan ni se concretan únicamente en octubre. “No todo pasa en octubre”, dijo esta vez sorprendida al pensarlo en voz alta.
Dejó en la mesa el café y se sentó frente a su computadora para escribir un texto sobre nostalgias cíclicas que concluyó así: “…hoy es un septiembre y en su cola viene un octubre desde aquella última vez.”
Dejó en la mesa el café y se sentó frente a su computadora para escribir un texto sobre nostalgias cíclicas que concluyó así: “…hoy es un septiembre y en su cola viene un octubre desde aquella última vez.”
2 comentarios:
Ja, el primero, gracias al dios de las desveladas y el insomnio, oye, no tienes algo publicado, es la primera vez que comento pero me gustaria saber.
usté usté usté
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